Ella pegó tal respingo que se quedó pasmada
mirando a su madre como si fuese un ser de otro mundo. Apenas pudo balbucear: -
Sí mamá, ¿qué quieres que haga?.
- Necesito que me ayudes con "los
huevos de seda". Tenemos que ver que estén cómodos y cuidados ya que
pronto empezarán a salir de ellos las mariposas y hay que tener todo dispuesto
y preparado para la ocasión.
Precisamente, entre las muchas responsabilidades que tienen los
duendes, una de las más primordiales es "cuidar
de las flores y de los insectos". La fiesta del "Mayo"
estaba cerca y había que procurar que tanto las flores, como las mariposas, las
mariquitas, los ciempiés y los gusanos de luz estuviesen arreglados y
acicalados lo mejor posible para semejante ocasión.
Citerea se levantó y fue a mimar a los
frágiles huevos que habían puesto los gusanos de seda.
Más tarde, agarrando el cubo de madera que su papá había
hecho con la cáscara de una bellota, se acercó a la fuente para llenarlo de
agua. A continuación lleno la jofaina - hecha con una cáscara verde de
almendruco - y cogiendo un gran cepillo empezó a lavar el caparazón de los pequeños
escarabajos que lo tenían manchado de tierra. Dejó su quehacer cuándo ya los
últimos rayos del sol de la tarde desaparecían al poniente entre las crestas de
los picos de la Sierra de la Demanda.
Después de cenar un tazón de polen de abeja
mezclado con néctar de lilas, Citerea se fue a dormir.
Aquella
noche soñó que se encontraba con Taeton en una cueva cuyo suelo estaba
cubierto de una gruesa capa de hielo que relucía con todos los colores del Arco - Iris.
Del techo pendían picudas estalactitas de diversas
formas y tamaños, las cuáles, junto con
las transparentes estalagmitas que surgían hacía arriba del suelo, daban
a quién se hayase en la estancia la impresión de encontrarse dentro de
una Catedral GÓTICA de impresionante color,
tamaño y diseño.
Citerea notó que Taeton la daba la mano y
tirando de ella, empezaron a caminar juntos hacia un pasillo al fondo del cuál
a lo lejos, se vislumbraba una brillante Luz Blanca.
Poco a poco fueron acercándose a la luz.
Bajo sus píes notaba el frío de las baldosas de hielo transparente. Al final del corredor se encontraron con
una gran sala, en el centro de la cuál, y sobre una columna también de hielo,
había un Gran
Cáliz Verde Esmeralda. Del interior del cáliz salían destellos azules y
dorados.
Una voz dulce y profunda, surgida de no
se sabe donde, resonó en la sagrada estancia.
- Os encontráis delante del "Cáliz
de la Abundancia ".
Podéis pedir un deseo.
Taeton y Citerea se miraron uno a otro.
Miles de pensamientos pasaron por su cabeza en fracción de un segundo, sin
embargo ambos se vieron pronunciando al unísono:
- Amor y Felicidad por Todo y para Todos -
Acabadas de pronunciar estas palabras, del
interior del cáliz empezó a descender por sus bordes "una delicada lluvia de pequeños
corazones dorados". El líquido iba deslizándose lentamente
hacia abajo de la columna ... llegó al suelo ... y empezó a cubrirlo ...
Citerea y Taeton sentían como el líquido
les cubría los píes y suavemente ascendía por sus rodillas cubriéndolas. Cuándo
el líquido les llegó a la altura del corazón, ambos se miraron y sus labios se
acercaron ... En el momento en que los labios se tocaban ... ¡un fogonazo de LUZ!.
Citerea bruscamente se despertó y se
encontró durmiendo en su propia habitación.
Los primeros rayos de sol empezaban a
iluminar el cielo y la Dama ALBA adornada
de suaves tintes rosas y azules se coló
por la ventana, llenando la habitación de Citerea con su nacarado resplandor.
En el aire flotaban "chispitas doradas" que graciosamente se
balanceaban suavemente de un lado para otro.
Afuera golondrinas y vencejos se afanaban
ya - revoloteando con sus alegres trinos - de un lado para otro. Unos
suaves golpes en la puerta y la voz de mamá diciendo:
- ¡Buenos días!,
Citerea. ¿Dormiste bien?.
- ¡Sí, mamá! - respondió Citerea - mientras
saltaba de la cama y empezaba a vestirse.
Ese día, Citerea, se encargó de ayudar a su
amigita La Hormiga a arreglar su vivienda que había
quedado derrumbada en algunas estancias, debido a la nieve que había penetrado
por la puerta de entrada durante los
meses de invierno.
El día siguiente lo pasó lustrando cada una
de las botitas de su amigo El Cien-Píes.
Acabó rendida pero contenta de haber visto la cara de satisfacción de su amigo
una vez finalizado el trabajo.
Eran las primeras horas de la mañana del 23 de abril
cuándo - estando ella agachada, ocupada en retocar, en el jardín de la parte de
atrás de la casa, el color de unos lirios morados qué crecían allí junto a unas
fragantes azucenas blancas - su mamá saliendo por la puerta de la cocina gritó
alborozada:
- ¡Citerea! ¡Citerea! ven ... corre ... acaba de llegar TAETON! ....
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