"TAETON en el Lago Enol"
Era una noche fría del mes de enero. El
gélido Viento Norte soplaba ferozmente sobre la desierta meseta que rodea al Lago Enol. Un cielo negro
tachonado de estrellas se alumbraba únicamente por la cara redonda de la Luna que desde lo más alto
del cielo mostraba su majestuosa belleza de plata como gran “Señora de la Noche ” que es.
Todo estaba muy oscuro. Los rayos de plata
de la luna jugueteaban, curioseándolo todo, entre las sombras de los árboles
para después tímidamente ir a iluminar las aguas del lago que lucían cuál negro
azabache.
La blanca y espectral luz
de la luna se extendía suavemente por el valle
cubriéndolo todo con su
manto mágico.
Cerca del lago, justamente
al píe del tronco de una encina añosa,
estaba la casita dónde
vivía el duende
Taetón y su familia.
Los contornos de la vivienda se difuminaban
entre la nieve que la cubría y el suelo. En realidad la casa de Taetón en aquellos
momentos parecía no ser más que una gran bola de
nieve. La luna curiosona seguía
su viaje nocturno alegremente. Se detenía aquí y allí observándolo todo.
De repente uno de los traviesos rayos de
la luna se coló por la ventana y empezó a recorrer la casa. Primero iluminó
la pared, luego bajó hasta el suelo, bordeó la gran mesa de madera del comedor
y siguió escrutando todo lentamente.
Una silla, una lámpara, el florero, un
armario, una cama ... otra cama ... y de repente el curiosón rayo de luna se
detuvo enfrente de una cara que dormía tranquilamente.
Traviesa como es la luna se quedó
contemplando por un rato, la carita del duende que dormía plácidamente con toda
su familia, su largo sueño invernal de casi seis meses.
Tanto se entretuvo curioseando el rayo de
luz que al final Taetón abrió los ojos
sintiéndose deslumbrado por el fulgor de la luna que brillaba en lo alto del
cielo.
Tan aturdido estaba Taetón que al principio
no sabía ni dónde estaba ni que era lo que estaba pasando. Tras unos instantes,
se apartó del foco de luz blanca que le deslumbraba y miró a su alrededor.
Allí estaban sus papas y sus hermanos
durmiendo plácidamente alrededor de la estufa, situada en el centro del salón,
la cuál servía para calentar toda la estancia.
Un poco atemorizado, Taetón, se levantó de
su cama y se acercó a la de su mama para despertarla.
- ¡Mamá, mamá ...
despierta!
- decía Taetón mientras tiraba fuertemente de la manga del pijama de su madre,
zarandeándola de un lado para otro.
Pero nada. Mamá-duende no estaba por la
labor. Refunfuñó un poco y, entre dientes, murmuró:
- ¡Vale, vale! ya voy ...
luego ...
y dándose media vuelta volvió impasible la espalda a Taetón, se arrebujó entre
las calentitas sábanas y después de un profundo suspiro siguió durmiendo
angelicalmente.
Papa-duende roncaba y el resto de la
familia no daba señales de vida, tan profundo era su sueño invernal.
Taetón pensó que no merecía la pena
intentar despertarlos visto el fracaso con su propia madre. Se fue hacía la
ventana y sentándose en su pequeña mecedora, apoyó la cabeza entre sus manos y
empezó a cavilar.
Se encontraba
solo en la casa y afuera estaba desierto, oscuro y solitario.
Taetón sabía que toda su familia no se
despertaría hasta la llegada de la
Primavera , cuándo el sol que no se había dejado ver en varios
meses, empezase a lucir sobre el cielo dando vida con sus cálidos rayos, a todo
el valle.
Ahora todo era noche y durante los
largos meses de la noche invernal, él y las demás criaturas que en verano
habitaban el valle, lo único que tenían que hacer era dormir al abrigo de sus
casas y no estar para nada a la intemperie.
- ¿Qué hacer? - se preguntó
Taetón.
De repente sintió hambre y muy resuelto se
fue para la cocina. Abrió la puerta de la alacena y encontró dos frascos de
cristal; uno con miel y el otro con mermelada de fresas. En la panera encontró
unos bizcochos, un poco duros ya, que sin embargo se llevó consigo. Los
empaparía en licor de hierbas y así se reblandecerían un poco.
Con todo ello - colocado sobre una bandeja
- se fue otra vez para el salón y volviendo a acomodarse en su mecedora, siguió
haciendo cábalas sobre su situación mientras pausadamente degustaba del
contenido de los tarros.
Una vez que su estomago se sintió
satisfecho, dejó la bandeja con la comida sobre el alféizar de la ventana y,
con la cara apoyada entre sus dos manos, volvió a sumergirse en sus más
profundos pensamientos.
Todos los relojes de la casa estaban
parados y no se oía nada más que el viento soplando en el exterior. No sabía ni
que hora era, ni que día era, ni cuánto tardaría en regresar la “Dama Primavera” al valle.
- ¿Qué podía
hacer??? - se preguntaba mientras el “Señor Viento” hacía vibrar
violentamente todos los cristales de las ventanas. La cabeza le daba vueltas y
al final abrumado se quedó dormido
arrullado por el suave balanceo de su amiga “La Mecedora ”.
Al cabo de unas horas se despertó
sobresaltado. Se había quedado frío y el cuello le dolía mucho debido a la
incómoda postura que había mantenido toda la noche mientras dormía.
Miró a través de los cristales de la
ventana y vio que ya no era de noche. La luna se había retirado a dormir y una
luz muy tenue apenas dejaba ver mucho del exterior.
Abrió la puerta y salió al jardín.
Un fuerte soplo de viento helado le dio de
lleno en la cara haciéndole dar un traspiés que casi le tira para atrás. A
punto estuvo de volver de inmediato a refugiarse en el interior de la vivienda
calentita pero pensó que "así no llegaría a ningún
sitio" y sacando fuerzas de flaqueza, irguió la cabeza y decidió
que no pudiendo hacer nada allí, lo mejor que podía hacer era intentar llegar a
las tierras situadas al Sur.
En un viejo libro - que su padre había
heredado de su abuelo - Taeton había leído que en las zonas más al sur de
dónde ellos vivían "cada día del año salía el
sol".
En dónde él vivía, cada año el sol desaparecía
a finales de octubre y no volvían a verlo hasta casi el mes de abril. Así que la única opción de encontrarse con gente era
dirigirse hacia el sur.
Sin embargo Taetón no tenía ni idea de las
sorpresas que le iba a deparar su aventura invernal. Tan pronto como cerró la
puerta y puso un píe en el jardín tuvo la desagradable sensación de que la
tierra se abría bajo sus píes y se encontró metido hasta la cintura dentro de algo blando y blanco como … el algodón.
Al principio lo relacionó con la blanca
espuma con la que jugueteaba cada vez que su mamá le metía para un baño dentro
de la gran bañera de porcelana blanca con patas de metal dorado, pero ¡no! ... no era la tibia espuma de la bañera, era distinto, era…
"¡Nieve!",
eso es, era NIEVE !
Su mamá le había hablado sobre esa "cosa"
blanca que durante el invierno "caía del cielo" cuál
pequeños copitos de algodón y cubría la tierra y las cosas haciéndolas desaparecer
cuál grandiosa "Alfombra Mágica".
Una vez salido de su asombro comenzó a
caminar. Antes de cerrar la verja del jardín, echó un vistazo a su alrededor
intentando orientarse.
- ¡Que distinto
estaba todo!.
El valle no tenía el color verde de
siempre, ni tampoco se veían los colores
de las flores. Los árboles enseñaban sus desnudas ramas sin hojas. No había
pájaros ni mariposas. No se oía ni un ruido. No se veía a nadie. El cielo tenía
un color gris plomizo y el majestuoso Lago
Enol - que en verano podía verse en él al igual que en un claro
espejo de cristal - parecía ahora solamente una "inquietante mancha negra".
Taetón exhaló un profundo suspiro y empezó
a caminar. Avanzaba lentamente, ya que la nieve dificultaba sus movimientos,
hundiéndose bajo sus pies, a cada paso que daba.
No había caminado ni una hora cuándo Taetón
empezó ya a sentirse cansado. Se sentó por un momento al píe de un árbol y
entonces se dio cuenta que tenía hambre.
- ¡Que tonto! - pensó para sí - mira
que no haber traído nada para comer!!
Echo un vistazo a su alrededor buscando con
la vista una zarza de moras o algunas endrinas.
Enseguida se dio cuenta que no sería
posible encontrar ninguna, "tapadas"
como estaban, bajo el manto de la Señora Nieve.
Se puso en pié y valerosamente prosiguió
viaje. Cada vez se hundía más y más en la nieve y cada vez tenía que hacer más
esfuerzos para mover sus piernas.
Siguió y siguió adentrándose cada vez más
entre los árboles del bosque de madroños y castaños.
- Si al menos
estuviese con él su amigo el Oso Pardo!... - suspiró Taetón.
En verano solía jugar mucho con Oso Pardo.
Taetón se subía al cuello de su amigo y agarrándose firmemente a su pelo hacían
juntos incursiones por los alrededores del lago, correteando de acá para allá
entre las suaves lomas de las extensas praderas y majadas.
Pero no, ¡No era posible!. Era invierno y su amigo Oso Pardo, se había
despedido de él, cómo todos los años, antes de irse con todo su clan para
invernar juntos dentro de la confortable caverna situada en las mismas entrañas
del Monte
ANSEBA.
Allí invernarían todos juntos hasta que el
sol de primavera deshiciera la nieve que cubría todo, los salmones volviesen a
remontar los arroyos y las zarzas y arbustos les ofreciesen generosamente sus
dones de bayas y fresones.
La cosa se ponía cada vez peor. Estaba
cansado. Tenía hambre. Por si fuese poco, la suave luz gris que había estado
iluminando hasta entonces su camino, empezaba a diluirse entre las sombras que
empezaban a formarse rápidamente a su alrededor.
Abundantes copos de nieve - cuál
silenciosas mariposas de alas blancas - se posaban sobre él, acariciando su
cara y mojándole las pestañas y el pelo.
¡No podía seguir!
Así nunca sería capaz de
llegar al sur, a "la tierra del sol y de los árboles llenos de
naranjas".
Dio media vuelta y emprendió camino de
regreso a casa guiándose por las huellas que él mismo había ido dejando sobre
la nieve. Debía apresurarse ya que los copos de nieve - que caían sin parar - acabarían
cubriéndolas por completo y entonces si que estaría perdido sin remedio.
Iba tan ensimismado mirándolas que, cuándo
de repente vio otras huellas que cruzaban sobre las suyas, se pegó tal susto
que casi se cae para atrás. Por lo leves que eran las huellas, dedujo que quién
acababa de pasar por allí debia un ser aún más pequeño que él.
A Taetón le daba lo mismo el tamaño,
forma y color de quién quisiera que
fuese.
El caso era "tener compañía"
y "alguien con quién hablar".
De inmediato cambió su rumbo y empezó a
seguir las extrañas huellas gritando:
- ¡Espera!
¡Espérame! ¡Que voy contigo!!!!.
¡Espérame ! ...
Después de un rato de correr tras las
huellas, de repente entre los árboles, le pareció ver un tenue resplandor y sin
pensarlo dos veces dirigió sus pasos hacia la luz que entre las sombras
alumbraba como "un faro" en la noche.
Al poco tiempo
llegó al claro de un bosque.
La luz provenía de una vela encendida
fijada en el suelo. Alrededor de la vela, un pequeño promontorio - hecho con redondas
bolas de nieve - servía de muro protector para que la luz de la original "Linterna de Nieve"
no se apagase.
El resplandor de la llama se filtraba entre
las bolas de nieve dando a la extraña construcción el aspecto de "una cueva rosa de cristal transparente".
Taetón tímidamente se acercó y pudo ver
que, apoyado en el tronco de un abedul, había un personaje acurrucado en el
suelo que tatareaba una cancioncilla.
- ¡Hola! ... ¿que canción es ésa? - se
atrevió a preguntar Taetón.
- “Es la canción de Kon-Tiki” - dijo una voz.
- Y ¿quién es Kon-Tiki? - insistió Taetón.
- Kon-Tiki soy yo - respondió el extraño ser mientras se levantaba del suelo y estiraba
sus largos brazos. De este modo, Taetón pudo ver que se trataba de "alguien"
a quién nunca había visto antes y que vestía unos pantalones verdes muy
estrechos, como estrecho era el jersey de lana de rayas blancas y rojas que
llevaba sobre el cuerpo.
- Y ¿que cantas? - continuó intrépidamente Taetón.
- Estoy componiendo una canción a la
belleza de la Aurora Boreal - dijo Kon-Tiki, mientras
levantaba la cabeza y dirigía su mirada hacía
lo alto del cielo.
- ¡Claro, que todavía no sé si la Bella Dama AURORA "existe"
o...solamente "se ve".
Taetón orientó su mirada hacia donde
Kon-Tiki le señalaba y se quedó estupefacto.
Sobre el
inmenso escenario del negro cielo invernal, unas fantasmagóricas luces de
increíbles tonos blancos, verdes, azules y púrpuras se dibujaban y movían
elegantemente por el cielo "subiendo y bajando" como enormes cortinas de colores en un
decorado de magnitudes cósmicas.
Durante un buen rato ambos permanecieron boquiabiertos
viendo deslizarse en el cielo las caprichosas luces eléctricas hasta que poco a
poco fueron diluyéndose en la lejanía.
- Ahora irán al Hemisferio Sur para
deleitar con su bella danza a los habitantes de
aquellas regiones - dijo en voz alta Kon- Tiki.
Taetón salió de su éxtasis y apenas pudo
balbucear:
- Yo creo que "existe".
Bien, ¡vámonos! - dijo Kon-Tiki poniéndose
impetuosamente de píe.
Sin pensarlo dos veces, Taetón, se puso en
pié y se aprestó a seguir a su extraño acompañante.
Seguía, tan bien como podía, los veloces
pasos que delante de él daba Kon-Tiki, lo cuál demostraba que éste conocía
perfectamente el camino.
Al cabo de un rato salieron del bosque y
empezaron a bajar la ladera de la montaña.
La “Dama LUNA” ya había salido y se miraba
coquetona en las tranquilas aguas del lago.
Su luz de plata iluminaba todo el fondo del
valle dejando ver la silueta de la inhiesta cresta de la "Peña Sacra" destacando claramente entre las cimas de la
sagrada montaña de los antiguos "astyres",
el
gran Anseba.
Siguieron bajando hasta llegar al puente de
madera que cruzaba sobre las frías aguas del arroyo - que en verano dejaba
escuchar su alegre canción mientras se deslizaba felizmente entre las piedras y
los juncos de la orilla - mientras que ahora, en cambio, bajaba silencioso,
triste y oscuro. Taetón apresuró el
paso.
- Todo resultaba extraño y un
poco atemorizante.
Era como si se hubiesen trasladado por arte de magia a otro planeta o que
hubiesen, por casualidad, cruzado el umbral hacía el Mundo Mágico de los
Sueños.
De todos modos no era ese el momento más
acertado para ponerse a divagar, estando como estaba a la intemperie, en medio
de la noche, cansado, atemorizado, con frío y además terriblemente hambriento.
Siguió tras los pasos de Kon-Tiki y vio que
pasaban cerca de la casita dónde sus padres y hermanos seguirían durmiendo.
Luego torcieron a la izquierda y Kon-Tiki
encaminó sus pasos en dirección a la cabaña de madera, al borde del lago,
donde en verano él y su familia pasaban
muchas horas felices tirándose desde el trampolín al agua.
Kon-Tiki empujó la puerta de la cabaña y
entraron dentro. Cogió una lámpara de queroseno y la encendió. La luz
instantáneamente disipó las tinieblas reinantes y Taetón pudo ver con
satisfacción que todo se encontraba tal y cómo él lo recordaba del verano
pasado.
La mesa redonda, el sofá tapizado de una
tela con grandes floras rosas, las sillas plegables, el balón, la pala, el cubo
y el armario dónde se guardaban las toallas de baño y su albornoz de color azul
claro. ¡Quizás estarían todavía en su bolso las gafas de sol !
- ¡Que bobada! - pensó - ¿Para que quiero
yo ahora mis gafas de sol?.
Mientras Taetón permanecía sumido en sus
pensamientos, Kon-Tiki había preparado un cocido con vegetales y ajos. Taeton
dejó de pensar tan pronto como vio enfrente de sí el humeante plato de sopa.
Comió como no recordaba haber comido nunca en su vida.
¡Tenía tanta hambre! y estaba tan
desfallecido que mas que comer, parecía que tragaba. No comía,
"devoraba". Concluida la cena,
ayudó a recoger los platos y a continuación ambos se sentaron en sendos
sillones al lado de la enorme chimenea donde alegremente chisporroteaban los
troncos de pino mientras una agradable fragancia a resina inundaba toda la
estancia.
Taetón aprovechó este rato de calma para
decidirse a hacer a Kon-Tiki unas cuántas preguntas que le rondaban por la
cabeza desde hacía ya un buen rato. Carraspeó para aclarar su garganta y
tímidamente preguntó:
Kon-Tiki, tú ... ¿quién eres?. Nunca antes
te había visto.
¿Vives todo el año aquí?.
¿No duermes en invierno?. ¿Has estado ya
otros inviernos despierto?. Para mí, éste es mi primer invierno. ¿Que se
hace en invierno?. ¿Cuándo llega la primavera?. ¿Volverá a salir el sol este
año?. ¿No se habrá enfadado o ido para no regresar ¿verdad???....
Cuando Taetón hubo soltado de un golpe
todas las preguntas que se habían ido agolpando en su mente - confusa por la
situación que le tocaba vivir - miró enfrente suya y vio el rostro inexpresivo
de Kon-Tiki con cara seria de pocos amigos.
Luego bruscamente oyó que respondía:
- ¡ Qué más dÁ si me has visto antes o no!.
“Que más da “dónde viva o cual sea el
color de mi piel. “Que más da” que estemos en verano o en invierno. Lo único que nos tiene que preocupar es el
"aquí" y el "ahora". Lo que debemos pensar
es que ahora estamos en invierno, que afuera hace mucho frío, que faltan muchos
días hasta que llegue la “Dama Primavera”
y que si no nos hemos visto antes, ahora
tenemos la ocasión de conocernos.
- Buenas noches - concluyó Kon-Tiki
y dándose media vuelta en el sillón, se acurrucó de cara a la pared quedándose
dormido en el acto.
Taetón se quedó con la boca abierta ante la
cortante reacción de su nuevo amigo pero ya no podía seguir pensando más.
Había sido un día muy largo, lleno de novedades, y las neuronas de su cerebro
no le daban para más. Cerró los ojos y de inmediato entró en un sueño muy
profundo.
Cuándo abrió los ojos una
taza de café humeaba sobre la mesa.
Su fragante aroma le dio de lleno en la
nariz y de inmediato se sintió reconfortado.
Mientras se deleitaba con la enervante
bebida - qué saboreaba a pequeños sorbos cortos - espontáneamente se reconcilió
con Kon-Tiki y decidió olvidar, y no tomar en cuenta, su fría contestación de
la noche anterior.
- Quizás no
fuese muy hablador
pero "buen corazón" sí tenía su recién conocido amigo como
bien lo había demostrado la noche anterior ofreciéndole cobijo y comida. Nadie
podría decir que Kon-Tiki no era un buen anfitrión. Nada
"zalamero" por supuesto, pero "sí"
de nobles sentimientos.
Una vez terminado el frugal desayuno
compuesto de queso y frutos secos, Taetón se sintió con sus fuerzas renovadas
así que decidió seguir las indicaciones, y comenzar a aprender de Kon-Tiki, en vez de seguir lloriqueando quejumbroso por
"el invierno y su mamá que dormía y no le hacía caso".
Viviría la
nueva experiencia "a fondo" y
sacando de ella
"el mejor provecho posible".
Abrió la puerta del armario, cogió su
albornoz azul y echándose la capucha para cubrirse la cabeza, dirigió sus pasos
hacia la vivienda familiar. Lo primero que hizo fue quitar todas las telas
blancas que su mamá había colocado sobre los muebles para cubrirlos y que no se
llenaran de polvo durante los meses de invierno.
Luego cogió el álbum de fotos y llenó todas
las paredes con antiguas fotografías de él junto a su familia.
-
Así, no se sentiría tan solo hasta el momento que ellos despertasen.
Echó leña a la estufa y sentado frente a la
ventana empezó a escribir su "diario".
Allí escribiría todo lo que
viese y todo lo que pensase. Sus reflexiones y las conclusiones que sacase de
todo ello. Quizás su experiencia podría algún día ser de ayuda para alguien que por casualidad se encontrase en una
situación parecida a la que a él le había tocado vivir.
Cuándo las sombras de la noche empezaron a
extenderse sobre el valle, dejó de escribir y poniéndose de nuevo el albornoz,
encamino sus pasos a la cabaña del lago para pasar la noche en compañía de su amigo
Kon-Tiki. Su cena esa noche consistió de peras cocidas y manzanas y castañas
asadas al fuego de la chimenea. Antes de irse a dormir decidieron que a partir
del día siguiente saldrían al campo para divertirse con la nieve.
Tan pronto la Señora Alba salió a lucir
sus pálidos tonos blancos invernales por el oriente, Taetón cogió una enorme
bandeja de plata, que su mamá tenía de adorno en una pared, y con ella cargada
a hombros empezaron los dos amigos a trepar cuesta arriba. Una vez en lo alto, Taetón y Kon-Tiki se
acomodaron dentro de ella, y agarrándose fuertemente a los bordes, se dejaron
deslizar cuesta abajo por las suaves pendientes de la montaña.
Los días empezaron de este
modo a pasar velozmente.
En sus incursiones por el valle, Kon-Tiki
le había ido presentando a otros muchos seres que, al igual que ellos, no
invernarían durante ese invierno. También juntos conocieron a gente nueva.
- ¡Que poco hubiesen podido imaginar él y
su familia, la gran actividad que existía en el valle incluso durante los meses de invierno!
- pensó interiormente Taetón.
Cuándo se lo
contase alomejor ni se lo creerían.
Quizás le dirían que "todo había sido
un sueño". Pero no, él les demostraría que era verdad la experiencia
pues precavidamente había tomado fotos del paisaje de invierno cubierto de nieve y además
tenía las notas escritas de su "diario".
Así el tiempo siguió deslizándose
inexorablemente, hasta que de repente una mañana, cuándo se disponía a salir,
como todos los días para jugar con sus amigos, Taetón
olfateó un extraño olor en el aire.
Dilató todo lo que pudo las aletas de su
nariz para poder captar mejor la desconocida fragancia y empezó a "olisquear"
a su alrededor.
- ¡Que olor tan
raro! - pensó. ¿A que huele?.
(continuará)
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